Milongas de Nueva York

El tango sedujo a La Gran Manzana, el lugar más cool para bailarlo, hay opciones para ir todos los días de la semana al aire libre, en espacios tradicionales y no tanto. Una recorrida con los personajes que forman parte de la movida tanguera de la ciudad que nunca duerme. Más una guía para despuntar el 2 x 4.

Por Susana Parejas
Fotos: Mingjia Dai

Desde la puerta del histórico edificio, esos típicos neoyorkinos con su clásica escalera de pocos peldaños, ya se escucha la música. Y es raro. Y lindo. Porque la sensación siempre es la misma, la de sentir que un poco nos pertenece, que es algo propio. Eso lo lindo. Lo raro es escuchar tango, así como de lejos, metido de lleno en un edificio de 1868, intentando escurrirse en pleno Manhattan. Lo bueno es que no sólo se puede escuchar sino también bailarlo. Esos pocos escalones llevan directo a una de las tantas milongas que hoy se abren en esta ciudad cosmopolita. Porque el tango la sedujo, la Gran Manzana no escapó al efecto del abrazo, ni al repicar del dos por cuatro.
Ubicada en la calle 14, entre la 7ma. y 8va. avenidas, está la sede de la Asociación Española, el último vestigio de uno de los enclaves españoles más grandes de Nueva York, que fue popularmente conocido como la Little Spain, aquí es el lugar donde cada jueves, funciona la milonga La Nacional. La organizan, desde hace 14 años, Coco Arregui junto con Juan Pablo Vicente. “Limpiamos por 2 o 3 semanas un lugar que era un depósito y creamos un lugar bailable. Yo quería reflejar dos cosas de mi memoria cuando era chico, las luces de los bailes, las lamparitas de colores, que son un poco la mezcla entre el corso y la milonga de barrio, y otra, la gran cantidad de fotos que tenían las cantinas de Buenos Aires. Siempre tuvo esta identidad y con un criterio tradicional de respetar los códigos de baile, no vas a ver gente volando por el aire o nada por el estilo”, asegura Coco. Estar en La Nacional es casi como estar en una milonga de Buenos Aires, Coco cumplió su sueño, la tira de bombitas cuelga del techo.
Di Sarli suena con todo, un señor se acerca e invita a la pista. Aquí el cabeceo no existe. “Por lo general el ambiente es bastante oscuro se ve poco y es más difícil cabecear. Cuando llevamos a la gente a Buenos Aires y le explicamos el cabeceo se queda un poco sorprendida y dice: ¿cómo hacemos?”, explica el organizador que reconoce a Tango Argentino, como el espectáculo que destapó el fenómeno del baile porteño.
“Cuando yo llegue en el ‘78 el tango se escuchaba en Queens, en restaurantes, en boliches, no se bailaba, pero apareció Tango Argentino en el ‘85 y fue un furor. Ahí estaban los grandes, los veteranos. Cuando lo vieron a Virulazo en el escenario, la gente se reía porque lo veía gordo y se preguntaban qué iba a hacer y cuando empezó a bailar se caía el teatro”, recuerda Coco Arregui. Esa efervescencia siguió hasta el presente, hay milongas para ir a bailar todos los días de la semana, con entradas que rondan los 10 dólares, hay muchas opciones para sacarle viruta al piso.

Milonga pa’ recordarte.
Aldo Zamudio oficia de guía para el recorrido tanguero por las calles neoyorquinas. Es de Curuzú Cuatiá, Corrientes, y vive en Nueva York desde 1987, es investigador asociado senior en Oftalmología en el Mount Sinai School of Medicine, y tanguero de alma. Conoce al dedillo el circuito. Piazzola lo enamoró primero por la música, la nostalgia y el desarraigo de Argentina, más el recuerdo de las dotes de sus padres, “dos eximios bailarines sociales de tango” lo llevó a aprenderlo a bailar. “Después de un período rocoso de aprendizaje con dudas sobre mis cualidades, se desató un vendaval desde adentro que después de 8 años de baile no lo puedo, ni lo quiero parar”, dice con plena seguridad. Hoy lo baila 3 o 4 veces a la semana, con períodos de menos o más frecuencia. Se anima a acercar una comparación con las milongas porteñas. “En términos generales el baile en Argentina es más tradicional, mas íntimo; con más énfasis en la conexión, en el abrazo, en la musicalidad y en el respeto a la propia y demás parejas de baile en la pista. No sé si en mi caso será porque soy argentino y quizás sienta la música de una manera un poco distinta a personas de otras nacionalidades, pero siempre me sentí tan cómodo bailando tango en Buenos Aires como bailándolo acá, en Nueva York, en Miami o en España”, reflexiona.
Para Tioma Maloratsky, como Aldo, el tango también fue un amor a “primer oído”. Su primer contacto con la danza porteña fue cuando concurrió por error, junto con su hermano, a una clase de tango en vez de una de salsa, en Miami. “El baile yo no lo entendí mucho, pero la música me atrapó, como si fuera música que yo conocía, de otra vida”. Tioma es de Rusia, pero vino a Estados Unidos hace 22 años, “ya no sé si soy ruso, americano o argentino”, dice este bailarín profesional y organizador de la milonga Ensueño. “Bailo hace 16 años, el tango lo ves y ya sabes que te enamorás. Cuando vi el show Forever Tango en San Francisco, me empezó a temblar todo el cuerpo, salí de ese teatro soñando que iba a bailar”, recuerda. Es alto, tiene su cabeza completamente rapada y viste un impecable traje oscuro. Según él, siempre “tira” para la onda más tradicional. “Esta milonga la tenemos hace 5 años. Hay milongas muy diferentes. Lo importante es que entrés y sientás que te estás fundiendo con algo, por eso hay muchas cosas que no hay que hacer para no romper eso. Una es no pasar música que va a romper ese clima, hay que elegirla muy bien”, revela Tioma.

Milonga sentimental.
Son cerca de las diez de la noche. La salida del subte sorprende con lluvia. Unas cuadras y se llega hasta un edificio sobre la 8va. Avenida. Hay que tener código para entrar. Pero no el de las milongas, sino los cuatro números que ofician de llave para que se abra la puerta que está a media cuadra del Madison Square Garden. Generalmente está pegado en el portero eléctrico, pero los habitúes ya lo saben de memoria. Allí, en el cuarto piso aparece Tango Café, una milonga organizada por Adam Hoopengardner y Ciko. A diferencia de las otras funciona en un estudio de danza y también es más alternativa. Sorpresa. Lo primero que se escucha cuando se abre la puerta del salón es una canción de Kevin Johansen, pero los bailarines la danzan al ritmo del dos por cuatro.
Adam baila desde hace nueve años y tiene su propia definición de tango: “Pasé por muchos cambios con esta danza y sin duda pasaré a través de más, pero lo que me gusta es que el tango es sólo tango. La gente habla de los cambios, que es viejo, nuevo, etcétera. El tango es el tango. La música es la música. La comida es comida. Estas cosas no cambian. Nosotros cambiamos. Supongo que lo que estoy diciendo es que aprecio el tango por ser honesto”.
Afuera la llovizna se niega a abandonar la ciudad. “Garúa… hasta el cielo se ha puesto a llorar”, diría Cadícamo. Una chica alta, rubia de pelo corto entra y sigue el ritual de todas las milongas, se saca sus botas y se calza los zapatos de tango. Jenny Bernadskaya es ucraniana y vino hace 20 años junto con sus padres a vivir aquí, “recién usé zapatos de taco cuando aprendí a bailarlo”, reconoce. La música sigue tocando, las parejas bailan blues a ritmo de tango, como regalo para el alma suena Piazzola. La garúa afuera sigue a su propio ritmo.
Walter Pérez llegó en el 2000 a Nueva York, estaba bailando profesionalmente en Buenos Aires, lo último que había hecho era un espectáculo con Aníbal Pachano que se llamaba Tangou. “No había tantos profesores y por suerte me fue bien y nunca tuve que trabajar de otra cosa”, reconoce Walter. Luego de tantos años de enseñar y organizar milongas puede sacar conclusiones. “El abrazo es distinto al de un porteño, de un argentino que no le tiene miedo a esa intimidad. El norteamericano tiene más resistencia, porque acá hay mucho respeto por el espacio individual, apenas te tocan te piden perdón, entonces no están acostumbrados a un abrazo cerrado, a involucrarse. Los códigos cambian un poco, la mujer puede venir e invitarte, algo que en Buenos Aires se va desdibujando”, analiza. Walter está comprometido con lo que es el tango queer, también organiza en Brooklyn la milonga Tango Bro.
¿Por qué las milongas atraen a tanta gente en Nueva York? Para Adam, “son convenientes, ya que están todas relativamente cerca, están centralizadas, lo que hace más fácil que la gente participe. Tener un sistema de trenes las 24 horas también ayuda, ya que da a la gente la opción de quedarse más tarde y no preocuparse por la molestia de volver a casa”. Ciko opina que “el hecho de que hay gente de todo el mundo en Nueva York ayuda, ya que se llega a una mezcla más dinámica, que también lo hace más interesante para cualquier persona que empieza a bailar. Además, la ciudad tiene una vida nocturna más tarde. Aquí la gente es muy activa y no les importa ir a dormir tarde. Ellos viven vidas diferentes, no hay una sola manera de vivir la vida”, señala Ciko.
Es miércoles, una larga caminata desde el Battery Park concluyó en el muelle, Pier 45. De un lado Manhattan, enfrente Nueva Jersey, el río Hudson en el medio. Y brotando de una especie de carpa abierta, el tango. Es la escenografía perfecta para sentir la unión entre la danza más porteña con la ciudad de Nueva York, un romance perfecto que hace que los pasos fluyan mejor. El sol cae y marca aún más el contraluz de las parejas que con los rascacielos de fondo se abrazan sin escrúpulos, dejándose llevar.

Para agendar

ENSUEÑO MILONGA
Lunes. 9:30 pm a 1 am, en Ukraininian Village, en el East Village (140 2da. Avenida y calle 9. Pista amplia, con un restaurante de comida ukraniana en el frente. Organizador y disc-jockey Tioma Maloratsky, co-organizador Jose Fluk. Buenos bailarines, música muy tradicional, atmósfera placentera y semiformal. Se puede llegar en los subtes 6, N, R o L, o en varios colectivos. 12 dólares la milonga, 5 la clase.

VOLVO TANGO
Miércoles 5 a 9 pm, domingos 3 pm a puesta del sol (depende de la época del año y del estado del tiempo), en el Pier 45, Christopher Street y Río Hudson (Greenwich Village), música con IPod, comida traída por bailarines, hermosas vistas, atardecer. Se llega en subte 1, parada Christopher St., caminando 6 cuadras hacia el río. Donación sugerida u$s10.

TANGO CAFÉ
Miércoles 10 pm a 1:30 am, en Club 412 (You Should Be Dancing), 8va Avenida, entre 31 y 32, dos pistas, una alternativa (grande) y otra tradicional (chica), organizada por Adam Hoopengardner & Ciko. Bailarines jóvenes y alternativos en su mayoría. Se puede llegar en subte líneas A, C y E, a media cuadra del Madison Square Garden. u$s12.

LA NACIONAL
Jueves 9:30 pm a 1:30 am, en Centro Español Benevolente La Nacional, 14 calle entre 7ma y 8va avenida. La más tradicional. Buenos DJ’s, María Jose Sosa, Tioma, Ilene Marder (que pone los cartelitos con las orquestas que esta tocando). Coco Arregui y Juan Pablo Vicente co-organizadores. $14. Subtes E, A, C, L, 1, 2, 3, F, V.

TANGO BRO
Sabados en «The Commons» 388 Atlantic Av., Brooklyn, cerca de la estación de subte Nevins (Líneas: 2, 3, 4 y 5). A las 12, clase de principiantes con Leonardo Sardella; a la 1 pm, clase de intermedios con Walter Pérez y Leonardo Sardella, 2 a 5 pm milonga (10 dólares). Cada clase 15 dólares, pero se pueden quedar gratis a la milonga. Ambiente relajado y muy cordial especial para principiantes. Se sirve té y snacks.

TANGO IN THE SQUARE
Domingos en verano, 6 a 9:30 pm. Glorieta en el parque Union Square, calle 17 entre Broadway y Park Ave. Baile afuera y adentro de la glorieta cuando no llueve. Clases gratis a las 7:30 pm. Performance a las 8:30. Organizador: Coco Arregui. Bandas en vivo una vez al mes. Carrito con empanadas y choripan a la entrada. Donación sugerida 5-10 dólares. Punto de intersección de casi todas las líneas de subte de Manhattan.

Agradecimiento: Aldo Zamudio

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