Asombrosos paisajes se entremezclan con leyendas e historias de presidiarios, pioneros y emprendedores. Montañas, valles, lagos, nieve y sol, todo convive en esta ciudad en la que vive gente de todo el país, pero logra conservar su identidad.
Por Susana Parejas (Desde Ushuaia) Fotos: Marcelo Cugliari
Desde la ventanilla del avión la mirada curiosa quiere anticipar desde el aire lo que se recorrerá por tierra. Y, si el tiempo lo permite, también por mar. La vista ansiosa se detiene en esa cinta colorida de casitas bajas que se arrima a la orilla y que contrasta con el color oscuro de las montañas de la cordillera con sus picos nevados. La postal es hermosa. Los ojos no se despegan del pequeño óvalo intentando no perderse detalle. Es el primer contacto con esta tierra llena de misticismo y leyendas. Es la primera impresión de Ushuaia, la “bahía que penetra hacia el poniente” en lengua yamaná, de la capital de la provincia de Tierra del Fuego, Antártida e Islas Atlántico Sur, de la ciudad conocida como “el fin del mundo”. O, como aquí dicen, el inicio de todo.
Y por estar en el fin o en el comienzo, el clima se da el gusto de hacer lo que quiere. Los lugareños están acostumbrados a tener las cuatro estaciones en el mismo día: sol, lluvia, nieve, frío, todo así, a una intensa nevada, sucede un cielo soleado que de pronto se cubre de nubes negras y diluvia. “Hay que esperar cinco minutos. Estamos en el fin del mundo todo puede cambiar”, nos consuela el guía ante el repentino aguacero. Todo se le perdona a Ushuaia, porque en sí también lo impredecible tiene su encanto. Por eso todo se espera, como una copiosa nevada a las puertas del verano. El clima con sus sorpresas se convierte en un personaje más de esta colorida ciudad costera en la que hoy viven unas 80 mil personas. Los números turísticos aseguran que hay más de 5000 camas, en 119 hoteles habilitados, que llegan en todo el año unos 300 mil turistas. A través de los cruceros arriban más de 94 mil, la temporada se inicia en octubre y finaliza los primeros días de abril, con más de 300 recaladas, de las cuales el 60% son buques antárticos.
Tren con historia. Quique Díaz viste una gorra gris, un traje del mismo tono, un uniforme que remite a los de los jefes de estación. Cuando se le pregunta, si él sería el jefe de estación, sonríe y responde con orgullo: “¡No sería, lo soy!”. Una función que obtuvo por haber creado desde el minuto cero el Tren del Fin de Mundo. Quique fue marino mercante pero cuando nació su hijo dejó de navegar por los mares para anclarse en Tierra del Fuego, con un espíritu emprendedor y “en vez de llevarse sus ahorros a paraísos fiscales” decidió cumplir un sueño en su propia tierra. Y, paradójicamente, lo hizo cuando los ferrocarriles cerraban en 1994. Hoy su proyecto es una realidad que costó unos 7 millones de dólares y que mueve unos 100 mil turistas al año. “Me fui a Gran Bretaña me traje los planos y construí la primera locomotora a vapor en la historia de la República Argentina, traje un ingeniero de Inglaterra y construimos locomotoras a vapor, coches, esta estación. Nosotros hicimos de nuevo todo, en los talleres entrenamos carpinteros, mecánicos, fresadores, torneros, todos trabajando para que el turista tenga a bordo del tren una emoción que tratamos que sea única”, explica con entusiasmo Quique mientras sonríe a los visitantes, hace algunas bromas y recibe los tickets para ingresar al andén, como un buen jefe de estación.
La historia de este tren está íntimamente ligada al otro tren que también recorría esta zona, el de los presos. Desde que comenzó a funcionar en 1910, todos los días a las 7 de la mañana salían del presidio, vestidos con sus trajes a rayas azules y amarillas en verano, y con abrigos azules en invierno, iban a cortar leña y juntar piedras a los bosques del Monte Susana. Con sus piernas colgadas de las vagonetas, custodiados por los guardias, recorrían 25 kilómetros. Muchos pobladores, los más antiguos que en esa época eran niños, recuerdan el paso del tren. Cuentan también que algunos habitantes del pueblo les dejaban comida, cigarrillos, chocolates y hasta cartas de familiares entre los árboles del bosque. El tren siguió circulando hasta 1952, aunque la cárcel cerró 5 años antes.
En este tren repleto de turistas de todas partes del mundo, el recorrido es menor: hace los últimos 7 km de los 25 que hacia el de los presos, nadie va con los pies colgados, sino sentados en cómodos vagones y mientras transita un hermoso valle, salpicado por los troncos, ahora grises, de los árboles talados por los presos, se va escuchando la historia de lo que fue el pasado de esta parte de la Patagonia argentina. El tren atraviesa el Cañadón del Toro, cruza el río Pipo, bautizado así en honor a un preso que murió ahogado en sus aguas, el humo blanco de la locomotora se mezcla entre el verde de las lengas. El paisaje acompaña con su belleza las narraciones que se realizan en varios idiomas, de pronto cae nieve y todo parece cambiar de color, el gris se posa sobre el cielo, pero en la primera, y única, parada del recorrido: Estación Cascada La Macarena, el sol arremete y el cielo se vuelve azul. Muy azul. Bendito clima.
¿El fin o el principio? Por un rato el cielo despejado y soleado acompaña el trayecto desde el final del tren hasta el Parque Nacional Tierra del Fuego, que tiene casi 69 mil hectáreas, de las cuales se visitan sólo el 10%. Hay un sitio que marca de alguna forma el misticismo de este lugar, una parada que se impone, antes de empezar el sendero que lleva a la Bahía Lapataia. Cámara en mano, todos esperan para inmortalizarse en el lugar donde los pies están a 3979 km de la ciudad de Buenos Aires y casi a 18.000 kilómetros de Alaska y es aquí donde termina la Ruta Panamericana. Tal como indica el cartel. Es el fin del mundo, es el punto más austral que podemos llegar por tierra y es el punto más al sur que visitamos en el Parque Nacional de Tierra del Fuego”, asegura el guía Alejandro Niz. Y la mirada se pierde en esas montañas que rodean el mar que entra en la bahía, la inmensidad se hace presente y la sensación de estar en este punto el más lejano asombra, o más bien emociona.
La Lapataia, significa “bahía de la madera” en lengua yamaná, los primitivos habitantes de esta tierra los nativos de este lugar. Tal como cuentan los guías, los yamanás solían andar sin ropas por estas tierras. Y así se los representa en las maquetas del Centro de Interpretación Alakush, a 8 km del ingreso del parque. Arropados con prendas de última tecnología, es imposible pensar en cómo resistían el frío estos hombres. Estos primeros habitantes dueños de esta vasta región sobrevivieron a las bajas temperaturas, pero no al hombre blanco, que no sólo los exterminó por la fuerza, sino también por traer enfermedades desconocidas que los diezmaron.
Vedette indiscutida. Alfredo Gabriel Guaricuyú es hoy dueño de “La cantina fueguina de Freddy”, ubicada en San Martín318, un restaurante con mucho de bodegón, donde una pecera con centollas recibe a los visitantes. Ellas se pasean por ese mínimo lugar, sin saber que los que entran están allí para comerlas. Cosas de la vida y la naturaleza. Freddy trabajó desde los 17 en la cocina de restaurantes en Buenos Aires, en el 98’ conoció a una chica, que ya había trabajado en Ushuaia, amor y nuevo rumbo fue uno y se volvieron a esta tierra a buscar una oportunidad. De trabajar en restaurantes, pasó a tener su propio local. Pero, un viaje a España fue la llave del éxito que hoy goza su cantina. “En Madrid muchos restaurantes tenían la pecera contra la vidriera, estaba bueno eso y acá no había nadie que vendiera centolla entera, tal vez si alguien la pedía”, aclara con satisfacción. Sólo basta ver asomarse por la vidriera a los turistas, o ver cuando se acercan a la pecera donde un par de centollas tiñen de color rojo anaranjado el agua, para darse cuenta de que este crustáceo, un producto natural del Canal de Beagle se transformó en la vedette de la gastronomía local. “Acá hay pocas cosas típicas, la centolla, que es muy buscada y ya tiene precio internacional; la merluza negra, un pescado muy grande que se llama así por la piel porque la carne es muy blanca; luego el cordero y la trucha salmonada. Esos son los cuatro pilares de la gastronomía de Ushuaia”, resume Freddy.
Los más valientes se atreven a sacarlas ellos mismos de la pecera. Se filman, sacan las fotos cuando la eligen y mientras la están comiendo. Todo se convierte en un ritual. Los baberos, las enormes fuentes con el crustáceo, las tijeras para cortarlas. Freddy aclara que la centolla en realidad no se pesca, sino que se atrapan con unas trampas tipo cono. En ellas hay un agujero y dentro está la carnada, la centolla son garroñeras comen todo lo que está en el fondo del mar, no nadan sino caminan, cuando se encuentra una trampa suben y se largan a comer esa carnada y caen en ella. Los pescadores cada semana, o cada diez días, levantan la línea completa, compuesta generalmente por 10 trampas. Toda la centolla que se come en esta zona es recolectada de su ámbito natural.”Aquí no hay cría de centolla, tarda mucho en criarse un tamaño comercial, que tiene que tener de caparazón 12 cm. Para que el caparazón tenga 12 cm se calculan unos 12 años”, aclara Freddy. Esto explica el precio. Unos 450 pesos una entera; la porción individual. “Trabajé mucho la centolla, mucho. Pero, aquí toda las recetas son creaciones mías, no tengo mucha copia de ningún restaurante, muchas las reinventé”, confiesa este experimentado cocinero. Cena de por medio, se comprueba que todo lo que dicen de la centolla es cierto. Un manjar fueguino imperdible de probar justo la noche antes del fin del viaje.
Falta muy poco para que el avión levante vuelo y la vista vuelva a perderse entre las montañas de la cadena Martial y esas casitas que le dan color a a la ciudad. No hay un mojón, un punto que marque el fin del mundo, la mística está en cada lugar que se visita, en cada pedazo de esta hermosa tierra, la más austral de la Argentina. Aquí termina todo, o empieza todo. De eso se trata.
Unidos por la historia
Entre el tren y la cárcel del fin de mundo hay una fusión inseparable. Porque ver los bosques talados desde la ventanilla del tren inquieta y traen las ganas de conocer el presidio. Y a la vez conocer el presidio, ver las fotos de los presos en el tren, provocan las ganas de hacer algo de ese trayecto. Ya sea primero uno o el otro, los dos se abrazan en su propia historia. Uno de los museos más concurridos, entre los varios que funcionan en la ciudad, sin duda es el del Presidio del Fin del Mundo. La cárcel funcionó entre 1902 y 1947, tenía 380 celdas unipersonales, pero llegó a albergar a más de 600 presos, era una cárcel de reincidentes militar y política. Finalmente en 1947, Perón por razones humanitarias decidió cerrarla y los presos fueron derivados a otras cárceles de Argentina. En la primera parte del recorrido se recrean los pabellones de los presos más famosos que pasaron por aquí, como el Petiso Orejudo o el anarquista Simón Radowitzki. Más atrás está el pabellón histórico, el primero que se construyó, y el que impone más. Tal vez porque el color gris oscuro de las paredes, tal vez por sus largos pasillos sombríos, o porque al no haber calefacción el frío se hace sentir y se puede imaginar lo que era vivir encerrado entre estas gruesas paredes. Muchos la llamaban “la Siberia argentina”, porque venir a esta cárcel era el peor castigo, el peor destierro. Hoy el Museo del Ex Presidio funciona dentro del Museo Marítimo, la gente transita sus pasillos en un respetuoso silencio, impuesto por las historias de lo que allí se vivió.
Alojarse
Hotel Canal Beagle ubicado en Av. Maipú 547, con una vista increíble de toda la bahía, cuenta con 52 habitaciones de diferentes categorías, el alojamiento incluye desayuno buffet, las dobles arrancan desde $1.156. Cuenta con piscina cubierta para los huéspedes sin costo y servicio de spa arancelado.
Los Cauquenes Resort & Spa, a unos 7 km del centro de la ciudad, a orillas del Canal Beagle y a espaldas de los picos nevados de la cordillera cuenta con acceso directo a la playa, ofrece servicio de spa, restaurante y su exclusiva piscina in-out. Una habitación doble arranca desde los 558 dólares por día. (www.loscauquenes.com)
Cumbres del Martial, una auténtica villa de montaña enclavada a la orilla del arroyo Buena Esperanza y con vista al Canal de Beagle. Cabañas de distintas categorías, 6 standard y 4 de lujo, se desparraman entre un bosque de lengas. Una habitación superior base doble cuesta U$S 332, una cabaña de Lujo base doble U$S 477, la cama adicional para menores de 12 años U$S68 .
Pasear
Museo Marítimo y ex Presidio de Ushuaia. Yaganes y Gob. Paz, abre todos los días de 9 a 20 horas. Visitas guiadas: 11.30 y 18.30. Tarifa: $110, argentinos $90. www.museomaritimo.com
City Tour. Se realiza con agencias de viajes, dura 1.30 horas y cuesta aproximadamente 150 pesos.
Navegación. Isla de los lobos marinos, Isla de los Pájaros y Faro Les Echaireurs, en catamarán salidas diarias 9.30 y 15.30, duración 2.30 horas. Piratour, San Martín 847 y Muelle Turístico (www.piratour.net) Desde $350. La salida de los tickets para las diferentes excursiones marítimas se compran en el muelle turístico ubicado en la Prefectura Naval Argentina (doble Maipú) y Lasserre. Hay que pagar tasa de embarque $10.
Tren del fin del mundo. Salida desde la estación del tren, a 8 km de la ciudad en dirección al Parque Nacional Tierra del Fuego. Salidas diarias a las 9.30 y 15 horas. Duración 1.50 horas. Trayecto ida y vuelta: $230, no incluye entrada al parque ($110, argentinos $30).
Sobrevuelos. A través vuelos escénicos en helicópteros se pueden disfrutar distintos puntos de la zona, como la ciudad de Ushuaia (7 minutos), Laguna Esmeralda (15 minutos), aterrizaje en el Cerro Le’Cloche en la cima de la cordillera de Los Andes (45 minutos), Grandes Lagos (2 horas). Precios a consultar. Heliushuaia, Laserre 108 1° Piso, esq. San Martín. (www.heliushuaia.com.ar)
Más info: Ente Oficial de Turismo “Patagonia Argentina”, www.patagonia.gov.ar; Instituto Fueguino de Turismo www.tierradelfuego.org.ar; www.facebook.com/viajaportupais.com
Publicada en Revista 7 Días, 19 de enero 2014.
Estimada Susana Parejas, recorro en forma permanente desde hace 8 años junto a mi familia, localidades rurales en las provincias más cercanas, llevando ya más de 200.000 km sin repetir pueblos. Deseo contactarme con Ud. a raíz de su dedicación profesional, a fin de acercar un libro que cuenta estas vivencias.
Atte.
Gustavo Ruiz
Gustavo, perdón por mi demora en responder, mi email es sparejas@gmail.com, escribime ahí, gracias!