Pablo Ramírez es el diseñador preferido de las celebrities argentina, que supo imponer sus diseños donde los matices no tienen opción. Su espíritu radical, su obsesión por el trabajo y el buen manejo del ego. Foto: Gustavo Pascaner
LA AUSENCIA DE MATICES NO IMPLICA AUSENCIA DE PASIÓN. Pablo Ramírez es un apasionado por lo que hace y no le cuesta reconocerse “obsesivo”, “radical” y hasta “workaholic”, pero para nada reniega del universo en blanco y negro que creó, aunque muchos en un principio lo vieron como algo imposible de imponer. Hoy es un referente de la moda a nivel local e internacional. Con solo trasponer la puerta de su local en Perú 587, se entra en un mundo donde el negro es el rey, y el blanco acompaña con su increíble pureza los diseños que nacen en dibujos en lápiz y se convierten en prendas de deseo para tantas mujeres del planeta. El mundo binario de Ramírez no admite cambios. “Soy una persona bastante radical. Cuando yo era muy, muy chico y pintaba o dibujaba, me gustaban los colores definidos, no me gustan los matices, los colores tierras, siempre me gustaban el rojo, el azul, los colores primarios y secundarios, como que se pudiera entender qué color era. Y lo mismo con todo, una cosa como contundente, dramática. A veces me pasa con Gonzalo, que vamos a la casa de mi mamá y siempre aparece un vestido de ella o de mi hermana y lo ve y me dice: ‘Siempre hiciste como lo mismo’. También es como que hay algo con la silueta y la línea hacia el cuerpo, de marcar lo femenino o masculino”, reconoce.
CUANDO PABLO HABLA DE GONZALO se refiere a su pareja y socio Gonzalo Barbadillo. Desde hace 12 años viven y trabajan juntos. “Él es como la parte visible, porque es el que está con las clientas, me hace la devolución de lo que pasa, de lo que quieren, de lo que dicen. Es el que más conoce lo que yo hago porque es el interlocutor con el mundo. No porque yo esté aislado, sino porque estoy con otras cosas”, admite el diseñador.
En el piso debajo del local, Pablo tiene su estudio, su lugar de trabajo. Con la teatralidad que le da la música de Puccini que se escucha de fondo, se abre su mundo, repleto de libros y fotos de moda. Salpicadas en las paredes ofician de racconto de lo que fue su paso a través de 14 años de estar involucrado en la moda. Sobre un enorme escritorio tapizado en cuero negro, por supuesto, hay un bloc de hojas con bosquejos en lápiz de lo que tal vez será su próxima colección. Vestidos que serán lucidos sobre la alfombra de algún festival de cine del mundo. En el último Cannes, Julieta Díaz y Erica Rivas, protagonista de su última campaña, lucieron creaciones con su firma. Una mirada basta para darse cuenta que se entró al universo Ramírez, aquí en pleno San Telmo.
—¿Cuánto tiempo pasás en este lugar?
—Hay días que llego más tarde y otros que llego más temprano, estoy todos los días acá. Las ideas están siempre en la cabeza, lo que pasa es que hay trabajar para que te salgan.
—Como decía Picasso, “que la inspiración te encuentre trabajando”…
—Para mí cuando estoy dibujando, o cuando estoy haciendo algo que ya dibujé, puede surgir otra forma de resolverlo, u otra idea. Es muy importante estar haciendo, más allá de todo esto de los lugares, a mí lo que me inspira es la música, los libros, las fotografías, las exposiciones.
—La relación tuya con el arte es muy estrecha, siempre te gustó dibujar.
—Sí, hoy me encuentro con colegas que me dicen: “Vos siempre dibujabas bien”. En realidad pensaba que iba a estudiar Bellas Artes, que iba a ser artista, después que iba a ser ilustrador, porque para mí era eso. Pero como estaba tan presente la figura humana, el cuerpo y el traje, se fue dando, fue un camino por el que fui llegando naturalmente, como que me gustan mucho las artes escénicas, las danzas, el ballet, fue como participar en todo eso a través del traje.
—Hiciste en París el vestuario de la última obra de Alfredo Arias, el musical “El tigre”. ¿Cómo vivís la experiencia cuando el director no sos vos?
—Me gusta hacer esto, porque en mi colección yo soy el director, en cambio en una obra es como que trabajo para otro, me gusta trabajar así cuando esta persona confía en mí, yo puedo trabajar tranquilo pero es su visión, lo que tiene de bueno es que participo en el juego de otro.
—Te tildaron de que hacés vestidos para monjas, o uniformes, incluso por tu monocromía. ¿Te importa?
—No, para nada, porque creo que es como un camino a largo plazo; de hecho siento que ha dado resultado, si no, no haría 14 años que estoy haciendo esto. Para la sorpresa de un montón de gente que desde el principio me dijo: “Vos estás loco, cómo se te ocurre en este país, como es este país, hacer ropa negra, cómo vas a hacer que estén medio tapados”. Y yo dije: “Voy por acá, por acá”, y voy como con anteojeras, seguí, seguí, y seguí. Y mucha gente decía: “Quien viene a comprar un vestido negro y le funciona, por qué va a venir a comprar otro si ya no hay alguna novedad”. En realidad cuando te da resultado algo, vos querés más de lo mismo. Porque también te resume un montón a la hora de vestirte, de una prenda de color o estampado a la segunda temporada ya te cansaste. Y también un montón de gente, así como me dice lo del uniforme o la ropa de monja, me dice que mi ropa hace que uno se pare de determinada manera o que te den ganas de bailar, lo cual me hace sentir muy bien.
—¿Si abro tu placard, tenés todo blanco y negro?
—Sí, encima tengo todos los talles, tengo como un negocio allí. Tenía una remera roja que era como de la depresión, que era como mi pijama. Tengo prendas en azul marino, y un piloto beige, algo gris mélange.
—Como muchos otros diseñadores, ¿harías una línea a precios populares?
—Me encantaría, en realidad es lo que más gustaría. Pero te soy sincero: los precios de la ropa compiten perfectamente con cualquier marca que esté en los shoppings, por lo cual yo siempre digo que me considero una especie de H&M de diseñador. La gente piensa que es carísimo y cuando viene se da cuenta que no.
—Hace un tiempo me dijiste que pensabas que la moda argentina no tenía identidad, ¿qué pensás varios años después?
—Lo mismo. La veo como la venía viendo, me parece que cada vez se separa más el camino del diseñador independiente de las grandes marcas, que siguen mirando, no solo mirando sino copiando literalmente, van y copian del exterior. A mí me da un poco de desilusión, porque pienso que nuestro país fue el primero que tuvo la carrera universitaria y de alguna manera nosotros logramos imponer el diseño de autor y toda Latinoamérica nos mira a nosotros en ese sentido, y sin embargo es como que seguimos flotando como en una balsa. Y con menos tiempo de historia y con menos tradición en el glamour y la elegancia, Brasil logró construir algo que es un milagro. Tiene mucha presencia internacional y diseñadores brasileños trabajando en Calvin Klein en boutiques en París, en Londres, y eso es real y concreto, y acá no pasa.
UN HOMBRE RADICAL
El que recuerde al Pablo adolescente que vivía en el pueblo de Navarro, Provincia de Buenos Aires, seguramente verá a un chico vestido raro. “A mí no me gustaba la ropa que se vestían todos, porque me gustaban los ’50, en Navarro no había gente dark. Yo usaba una polera, tenía una cruz, borceguíes militares, un tapado de mi abuelo, siempre andaba reciclando ropa”, revela. A los 12 años, sintió que no quería estar más allí, y le pidió a su padre, que era mecánico, que lo internara pupilo en una escuela.
—Pero, ¿vos sabías lo que era estar como pupilo?
—No, ni idea, el objetivo era irme. Y cuando llegué allá, dije: “Qué hice, como se me ocurrió venir acá”. Y en el colegio nadie lo podía creer, porque nadie iba por su propia voluntad. Fui el primero en la historia del colegio que fue por motus proprio. Y estuve un año porque el pupilaje cerró y cuando volví a Navarro me fui al colegio, un bachillerato con orientación docente, que a pesar de ser mixto mantenía la tradición de las escuelas normales, y cuando entré al curso eran 36 mujeres y yo.
—Y tu papá te bancó todo…
—Sí, ya primero bancarme el pupilaje era carísimo. Primero tuvo que ir al colegio a hablar con los curas para que me admitieran porque los hermanos maristas del Champagnat eran bastante cerrados, iban las familias que habían ido, admitían a hermanos, primos, y un día caigo yo como un marciano. Y mi viejo los convenció y cuando terminé el secundario y dije que quería estudiar Diseño de indumentaria, mi papá pensaba: “Bueno, va a estudiar en la Facultad de Arquitectura”, pero al principio estaba con negación. Cuando murió mi papá yo tenía 21 años. En esa época yo estaba estudiando, él pudo ver mis logros como estudiante, porque era buen alumno. Mi papá siempre nos estimuló a estudiar a mí y a mis dos hermanos.
—Uno de tus cambios radicales fue bajar de peso. ¿Cuál es la relación con tu cuerpo hoy, seguís haciendo dieta?
—Es un esfuerzo como todo, si en realidad uno piensa un poco todo es construcción y todo es trabajo. A mí no me sale naturalmente levantarme a la mañana, lo natural es que me quedara durmiendo todo el día. Y la verdad es que a la mañana hacés el esfuerzo de levantarte, de bañarte, de afeitarte, son todas cosas que requieren de un esfuerzo. Yo sigo con el tratamiento porque no es un tema que tenga resuelto. Voy a lo de Ravenna, a los grupos y hago gimnasia.
—¿Tu decisión de bajar de peso fue porque en el mundo de la moda existe un prejuicio contra la gordura?
—Yo te puedo hablar de mi experiencia, a mí lo que me llevó a bajar de peso no fue lo estético, yo en realidad pude construir una carrera pesando 50 kilos más, lo mismo que muchos, como Alber Elbaz, de Lanvin, que es súper gordo; o Lagerfeld (Karl), quien fue gordo por muchos años y eso no le impidió desarrollarse creativamente, profesionalmente. Lo que me llevó a bajar de peso fue una profunda depresión, estaba muy deprimido.
—Y aún teniendo éxito con lo que venías haciendo…
—Absolutamente, y además parecía que era como ridículo, la gente decía: “Si estás tan deprimido, ¡¿cómo se te ocurre hacer dieta?!”. Porque la comida es un consuelo, darte un gusto, comer algo dulce. Y la verdad que yo decidí hacerlo, y como te decía que soy radical o extremo, me metí y lo hice en 8 meses y bajé 55 kilos. Y me di cuenta que había recuperado mi cuerpo. Yo tengo una familia con tendencia, mi papá murió a los 52 años pesando 162 kilos, por problemas del corazón. Y los médicos me decían: “Vos tenés que cuidarte”. Entonces es un tema que no se puede ignorar. Y la verdad que para mí Máximo Ravenna es un tipo brillante. A mí me hizo muy bien. Lo respeto muchísimo y lo admiro como profesional. Pero es un tema que como tiene que ver con la estética se lo frivoliza en lugar de entenderlo. Creo, además, que si una persona se encuentra con que ningún talle le entra, es una cosa que no puede ignorar, no puede ir a reclamarle al afuera. Yo me quedo tranquilo porque no cambié cómo trabajo con los talles, con 50 kilos más ni con 50 menos. No puedo tener más talles porque es un volumen chico de producción, lo hacemos de una manera artesanal, pero si alguien viene y no le entra, lo hacemos.
—Sos de imaginar el futuro, ¿qué pasará con vos dentro de diez años?
—No me imagino, prefiero ir viendo. Tal vez lo he aprendido de mi papá, que era un hombre que no proyectaba mucho, tenía el taller mecánico y nunca en su vida se tomó vacaciones, no proyectaba como la gente normal que dice: “Trabajo en el año y un mes me lo tomo”. A mí me cuesta un montón, en general, nos vamos por trabajo a Europa y nos quedamos de vacaciones, pero nunca elijo un destino y me voy a ese lugar.
—¿Cómo manejás tu ego con este prestigio al que llegaste?
—Desde que empecé nunca trabajé para eso, nunca pensé: “Quiero ser conocido”, sigo pensando que quiero hacer algo con lo que me pueda sentir tranquilo, no avergonzarme de lo que hago, y que lo que haga me represente. Me interesa más reconocerme. Claro: el reconocimiento es siempre lindo; pero no es algo para lo que trabaje. Para mí lo importante es sentir que lo que hago está bien y que de alguna manera puedo ayudar a que alguien se vea bien. A mí me encanta cuando sale un vestido en una tapa de una revista, pero lo que mejor le hace a mi ego es cuando viene alguien acá que no se imagina, o que no se ve, y el milagro de que se pueda transformar eso con algo que yo hice, para mí es la satisfacción más grande.
Publicada en la edición Agosto de la revista Expressions, de American Express