Cuatro latinoamericanos que viven en Helsinki, Maui, Moscú y Abu Dhabi, nos cuentan su experiencia. Una fecha especial transitada entre costumbres nuevas y hasta exóticas.
El país de Papá Noel
Tähtikuja 1, 96930 Rovaniemi, Finlandia. A esta dirección hay que escribir si se quiere enviar una carta a Papá Noel o Joulupukki, como se dice en finés. Aquí, en este pueblo funciona la joulupukin pääposti, su oficina postal. Es que en Finlandia, muy cerca del Polo Norte, tiene su casa el simpático personaje de barba blanca. Estar en este país a fines de diciembre es vivir unas auténticas navidades nórdicas. Tal como las vive Marcelo Romillanca, desde hace más de diez años. Nació en Osorno, a los 11 se mudó a Antofagasta y desde 2004, se radicó en Helsinki, está casado con una finlandesa con quien tuvo un hijo, Romeo, hoy de 7 años.
Aunque reconoce que los preparativos navideños son parecidos a los del sur de Chile, hay otras costumbres que nada tienen que ver con su tierra natal. “La ciudad está colmada de adornos y luces, y se ve aún más bella si por esas fechas cae nieve. Ahí, sí que se siente súper la Navidad. La gente sale a patinar, esquiar, los niños se tiran en sus trineos. Hay casitas de maderas, que se colocan donde se venden artículos navideños. Las galletas de Navidad también son típicas y en todos lados te las ofrecen. Y se toma el ‘glögi’ calentito, cuando hay nieve y la temperatura es baja se siente súper rico”, cuenta Marcelo.
El glögi es una bebida tradicional de Navidad (Joulu), hecha a partir de vino con especias con un toque de almendras y pasas de uva y, un chorrito de vodka (para niños se hace sin alcohol). Es tradición que se sirva para dar la bienvenida en las casas, eventos y hasta en los mercados callejeros. Pero, si se habla de costumbres hay una muy especial: la sauna. Y, si bien, es algo normal en Finlandia, tanto como que la palabra tiene origen finés, en Navidad toma un carisma especial. “Todos tienen que participar antes de la cena, primero las mujeres y después los hombres, y si quieren los niños. Es algo genial”, afirma Marcelo.
Los días feriados son siempre el 25 y 26, pero la fiesta comienza el 24 y durante esos tres días se come el menú festivo: “El plato fuerte es el cerdo o un pavo. A eso le acompañan otras comidas típicas, como el salmón cocido en sal con pan negro, también puré de zanahoria y papas, que se cocinan con cáscara. La salsa de hongos es tradicional. Y se toma cerveza, vino y vodka finlandés. Realmente, esta es otra diferencia con Chile, aunque un buen vino chileno en la jouluateria (comida de Navidad) es infaltable”.
¡Mele Kalikimaka!
En Hawaii, los “Santas” no viajan en carruajes tirados por renos, sino en canoas tiradas por delfines. Los villancicos se cantan al ritmo del hula hula. Y desde hace un siglo los abetos navideños, más de 100 mil, llegan en barcos desde Oregón y Whashington. “Mientras caminas en una atmósfera navideña, hay grupos que, cada cierto tiempo, hacen una presentación de bailes locales. Es increíble, te contagia de alegría y, además, te sacan a bailar para que sigas los ritmos hawaianos”, cuenta Susan Espinosa Wetzel quien nació y creció en Puerto Varas, pero hoy vive en Paia, en Maui. Luego de dejar su puesto de gerente de marketing en Sky Portillo, dio un golpe de timón y cambió su vida: es misionera en You With a Mision, donde como voluntaria trabaja en el área de finanzas, guía un grupo de oración y prepara grupos para ir a Bangladesh. “Confió plenamente en que Dios tiene el mejor camino y quiere bendecir a cada persona y por eso hago lo que hago”, afirma.
Uno entre esos miles de pinos que llegan por mar, es el que Susan junto con otros misioneros eligen para llevar a la casa. “Nuestro rito navideño, comienza cuando vamos a buscar el árbol a un lugar del pueblo. Nos ponemos el suéter más espantoso de Navidad. Algo así como el suéter que te regala tu mamá o abuela y que jamás ocuparías, y el peor suéter gana un premio. En Chile no se usa mucho el concepto de ocupar el suéter con temática navideña. Aquí, la gente si los ocupa y les encanta”, relata Susan. Y agrega: “Durante esos días todas las mujeres empezamos a preparar típicas recetas de galletas navideñas, y la casa huele deliciosamente. Además, el día de Navidad preparamos el infaltable pavo y una linda mesa. ¡No hay muchos regalos pero eso es lo de menos! Cantamos villancicos, oramos, celebramos el nacimiento de Jesús en esta familia misionera”.
Algunos comen el tradicional pavo, otros realizan un “luau”, que consiste en una cena al aire libre con cerdo kalua asado en un “imu” u horno bajo tierra. Los árboles repletos de luces de colores se esparcen por las playas, aun siendo el hemisferio norte, los 25 grados aleja para siempre la nieve del lugar. Susan advierte: “Algo que no puede faltar el día de Navidad: hay que pasar por unas sesiones de surf antes de ir a comer el banquete navideño. Como decimos aquí en Maui: ¡Mele Kalikimaka! ¡Feliz Navidad!”
La fiesta continua
¿Juliano o gregoriano? Ésta es la pregunta fundamental para entender cuándo y por qué se celebran las festividades en Rusia. Todo comenzó cuando con la revolución bolchevique se adoptó el calendario gregoriano, la Iglesia Ortodoxa negó por completo su uso y siguió usando a su antecesor: el juliano, retrasado 13 días. Por este motivo, el día de Navidad se celebra el 7 de enero. Lejos de marcar el fin de los festejos, está a la mitad de los mismos. “A los rusos les encanta celebrar y más en esta época del año. Las festividades se extienden desde el 30 de diciembre hasta el 14 de enero. El Año Nuevo comienza en la noche del 31, con la particularidad de que en esta fecha, a diferencia de nosotros, es cuando se hacen los regalos para todos. Esto se debe más al periodo soviético, cuando no se podía celebrar la Navidad. También festejan, la noche del 12 a 13 de enero, lo que ellos llaman el Año Nuevo Viejo, referido al viejo calendario, pero ellos lo siguen festejando. Como ven la fiesta aquí es continúa”, explica Martín Repetto, un chef argentino -nació en Llavallol, provincia de Buenos Aires- que llegó a Moscú hace 3 años. Venía de trabajar para la familia presidencial de Azerbaiyán en Bakú, actualmente es chef ejecutivo en el Radisson Royal Hotel.
“En la Plaza Roja se instala una pista de hielo a cielo abierto, donde por unos pocos rublos podés patinar con el Kremlin de fondo. Y en toda la plaza se arma un mercado de estilo medieval, con comidas tradicionales, té caliente y souvenires de Navidad. Los árboles navideños son una atracción más. Hay siete distribuidos por la ciudad, todos diferentes y uno más hermoso que otro. Moscú en esta época del año es mágica”, asegura Martín, que no está solo. Su familia está compuesta por su esposa Anna, su “pequeña princesa” Ava Estela y el integrante de cuatro patas: Bocuse, un english bulterrier, al que le encanta caminar en invierno por la nieve moscovita.
Papá Noel aquí se llama Ded Moroz, algo así como el “Abuelo del frío”. Y si en muchos países entra por la chimenea, en otros por la ventana, aquí golpea la puerta y no viene solo. “Tiene una ayudante que es su nieta Snegúrochka, ‘Doncella de nieve’. Está vestida similar a él, y, por supuesto, es una bella señorita rusa de no menos de un metro ochenta”, acota Martín.
Como chef cuenta que la mesa más importante es la de Año Nuevo. “Algo que nunca puede faltar, en una mesa rusa es la ensalada Olivie, (similar a nuestra ensalada rusa) pero con más ingredientes. También son infaltables: las mandarinas. Desde la mesa de un millonario hasta la de una familia muy humilde, estos dos productos estarán seguro”, señala. La tradición de las mandarinas tiene que ver con que en una época era una fruta muy exótica, se importaban desde Marruecos y se vendían poco y en invierno. Y había grandes colas en las tiendas para conseguirlas.
Luego de la cena, para Martín queda: “Mirar el discurso del Presidente 10 minutos antes de las medianoche, brindar con champagne a las doce, salir a la calle o al balcón para disfrutar de los fuegos artificiales del Kremlin. Y comienza la fiesta”.
Tamales en el desierto
Navidad y lujo. Dos palabras que parecieran no ir de la mano. Pero en Abu Dhabi, pueden cuadrar a la perfección. No es difícil encontrarse con el árbol navideño más caro del mundo. Hace unos años, un hotel 7 estrellas – sí, 7- instaló uno que valía unos 11 millones de dólares. En sus trece metros de alto colgaban 181 gemas preciosas. Diamantes, perlas, zafiros, esmeraldas. Podría suponerse que siendo la capital de los Emiratos Árabes, estas fechas pasen desapercibidas. Pero no, la ciudad se colma de adornos. Todo brilla. A lo grande, por supuesto. “El espíritu de las vísperas y de las fiestas se siente en todos lados, y la celebración del día nacional el 2 de diciembre ayuda a que todos estemos en fiesta. La ciudad se llena de luces, y los shoppings y los hoteles están adornados con motivos navideños”, cuenta Lucía Pérez.
Nacida en Guatemala, llegó a Abu Dhabi hace 7 años y medio, junto con su esposo Henry Bustamante, piloto aviador de la línea aérea nacional Etihad Airways, y sus tres hijos: Diego (20), Sofía (14) y Daniel (11). “En nuestra casa siempre tratamos de vivir nuestras costumbres. El espíritu lo puedes sentir a donde vayas, todos los extranjeros tratamos de vivir la Navidad de la mejor manera posible”, asegura Lucía.
En esa “mejor manera”, y para estar un poquito más cerca de la familia, mantiene la tradición guatemalteca de comer tamales en Navidad. “En mi país, Guatemala, es muy tradicional el tamal, son deliciosos y los disfrutamos mucho, se come el 25 de almuerzo familiar”, comenta. También con una receta heredada de su abuela marina el pavo, que servirá la noche del 24. “Yo trato de mantener las tradiciones, pero nunca será igual a una navidad en casa”, confiesa Lucía.