De Tango feroz a Ismael, el director repasa su carrera y explica por qué las películas lo hicieron el tipo que es hoy.
Por Susana Parejas
Fotos: Juan Carlos Casas
Pensar qué regalarle a Marcelo Piñeyro es fácil: una película. Descubrir cuál, es lo difícil. Las cajas de dvds prolijamente dispuestas cubren toda una pared de su departamento en Recoleta, pero no termina ahí la colección de este cinéfilo empedernido. También se las encuentra por otros rincones de la casa. Y ante la pregunta de cuántas componen ese rico tesoro, surge la palabra que más se usa para expresar la cantidad que desconoce: «muchas». Sí, son muchas. A Piñeyro le gusta el cine. Le gusta hacerlo, pero también le gusta verlo. Después de un paréntesis de cuatro años, hoy el cine lo vuelve a tener del otro lado de la butaca, del lado del director. Acaba de estrenar su novena película, filmada en Barcelona. Antes la precedieron títulos como Tango feroz, su exitosa ópera prima que le valió un Cóndor de Plata y que le dio el puntapié para repartir sus trabajos entre Argentina y España. Veintiún premios internacionales, tres Goyas -entre ellos, por Cenizas del Paraíso y Plata Quemada-. El método y Las viudas de los jueves cerraron un ciclo. Ahora es el tiempo de Ismael, la historia de un niño de ocho años que decide ir a buscar a su padre, Félix, a quien no conoce, y del que sólo tiene un dato: una carta que él le escribió a su madre. Una abuela que aparece, la madre que lo busca con su nuevo marido, el propio padre y un amigo atravesarán los vínculos de las nuevas conformaciones familiares.
-Tus últimas películas fueron mucho más oscuras que Ismael, ¿estás pasando por una etapa más optimista de tu vida?
-Totalmente. Venía de hacer dos películas, por un lado muy cerebrales, como fueron El método y Las viudas de los jueves, y por otro lado, con una mirada muy negra del ser humano. No me desdigo de nada de lo dicho, sigo suscribiendo, no es que cambié de idea. Pero sí pienso que eso no es lo único del ser humano. Siento que también hay otra cosa y tenía la necesidad de volcarme a zonas más luminosas. Ya me lo pedía el cuerpo. Por otro lado quería volver a un relato donde lo emocional fuera lo que enhebrara y que no fuera puro cerebro.
-Y te metiste en el terreno de los afectos, de los encuentros y desencuentros.
-Con los que uno carga, y cómo de pronto siente que hay abismos incruzables que se han generado, y cuando decide cruzarlos se da cuenta de que son una pequeña grieta, que no eran tan grandes. Es que también esos desencuentros que muchas veces parecen no tener retorno son una suma de pequeños malos entendidos y que, como nos pasa en general, lastimamos a quienes más queremos. La película habla de las relaciones familiares, de los padres con los hijos en diferentes generaciones, temas que aparecieron en películas anteriores pero que acá están muy de lleno.
-¿Por qué cambiaste la decisión de estudiar Arquitectura para hacer la carrera de cine?
-Ya estaba en quinto año, me había anotado en el curso de ingreso y examen a Arquitectura y un día fui al cine con unos amigos. Pasaban El conformista, una película de Bertolucci. En esa época había censura, estaba un poco cortada y ya tenía una narrativa bastante particular. Yo tengo la sensación de que cuando salí no la había entendido del todo, pero había algo en la película que me había fascinado. Y mientras tomaba un café con mis amigos a la salida del cine les dije: «Voy a estudiar cine». Fue así de absurdo. Viendo la película me di cuenta de que quería que el cine no fuera lo que más me gustaba, lo que más me entretenía, sino que quería ponerle el cuerpo.
-¿Cual era tu ilusión en ese momento, qué era lo que proyectabas para el futuro?
-Nada me gustaba más que hacer cine. Vivía juntando plata para hacer cortos. El tema de hacer largometrajes me parecía medio una ilusión. Yo no era el hijo de Rockefeller y el cine era caro. Acá en la Argentina, el cine era de gente que se pagaba sus películas, y era mucho dinero. En la escuela de cine los profesores hablaban muy mal de lo que era la industria, trabajar como técnico era como algo despreciable, no era de artista. Sin embargo, yo decía: «Lo que no quiero es tener otro trabajo cualquiera para ganarme la vida y los fines de semana hacer cortitos en Súper 8. Y si se me termina pudriendo la cabeza, se me pudrirá, pero voy a pelear para que no».
-Cumpliste el sueño.
-Estoy muy contento, no tengo quejas. Me gustaría seguir como hasta hoy, en el sentido de hacer las películas que quiero, como quiero y con quien quiero. Todos eso es muy importante y hasta aquí he podido hacerlo. Es complicado, cada vez es más complicado el tema del cine.
-¿Del cine argentino?
-Para el cine argentino en particular creo que más allá de todo es un buen momento.
-¿»Más allá de todo»?
-Hay muchas maneras de encarar el tema del cine. En general, ante esta pregunta se dan respuestas que hacen a las leyes cinematográficas, a financiación, a si hay que hacer cincuenta mil películas o no. Son charlas muy lícitas y están muy bien, pero para ellas no me siento muy versátil. En este sentido prefiero hablar de películas, más allá de cómo se hicieron. Y desde ahí siento que es un buen momento, desde hace unos cuantos años. Te voy a ser sincero, a mí me gusta el cine argentino de todas las épocas. He visto bastante y sigo viendo mucho, posiblemente cuando hablo con colegas debo ser el que ve más películas argentinas de las que se están haciendo. Por eso digo, hay muchos que hablan de prejuicios, yo hablo con conocimiento de causa porque las veo. Y no todo es malo, como a la gente le gusta decir, hay mucho buen cine, de ese cine que no ve nadie. Y sí, es un pecado que no lo vea nadie, porque incluso si lo vieran les gustaría.
-¿Que sentís cuando te ponen en la categoría de cine «comercial»?
-Cuando hablan del cine comercial o «pochoclero», me parece un prejuicio estúpido. Siempre me acuerdo de una cosa: estaba editando El método, en Madrid, con un calor como todos los veranos, intolerable, y tenía esos días que caés en un bajón. Justo ese día en el diario venía de regalo un video del musicalSiete novias para siete hermanos. Yo no soy adicto a los musicales y menos a los musicales de los ’50. Y dije, «me voy a poner a verla como para terminar de castigarme». Pongo la peli y de pronto la peli me contagió alegría y dije, «esta noche es divina, está para salir a bailar». Y salí a bailar y la pasé bomba. Por eso también que una película te entretenga, que te cambie el humor. ¡Mi Dios! ¡Guauu, si eso no se agradece! Yo no hago cine para mi ombligo, no tengo una actitud masturbatoria de mi cine, al contrario, como hubo películas que me hicieron el tipo que soy, me encantaría que haya un espectador al que una película mía le haga un clic.
El tipo que es
Cuando Marcelo Piñeyro decidió que no quería se arquitecto sino cineasta, vivía en La Plata. Allí se anotó en la Universidad de Bellas Artes, donde estudió cine y diseño al mismo tiempo. Uno de sus primeros trabajos fue escribir guiones. También en sus inicios tuvo la oportunidad de ser productor en La historia oficial, un trabajo que fue muy importante para él.
-Dijiste que las películas te hicieron «el tipo que sos», ¿cómo fue eso?
-Hay películas que sentí que las habían hecho para mí. Recuerdo muy bien que cuando salí de ver Escenas de la vida conyugal, de Bergman, yo sentía que Bergman me decía lo que mi viejo jamás se hubiera atrevido a decir de lo que le pasaba. Cuando salí de ver Último tango en París, Bertolucci me funcionaba como un hermano mayor que me decía: «Loco baja las expectativas de felicidad, la vida es más complicada». Eso me ha pasado con algunas películas. Y si alguien en el planeta tierra siente que alguna película que yo hice fue hecha para él o para ella, ahí estoy hecho. De eso se trata.
-¿Qué tipo de espectador sos?
-Soy híper ecléctico. Antes que director de cine soy el tipo que fui toda la vida, con los cambios, a Dios gracias. Soy un espectador totalmente naif, el espectador soñado: me río cuando hay que reírse, lloro cuando hay que llorar. Y me entrego mucho a la propuesta de la película, no pretendo llevar la película a la propuesta que yo hubiera hecho. Jamás, jamás. Lo que yo hubiera hecho lo hago lo mejor que puedo en mi película. En los demás veo lo que el otro quiso hacer. Y cuando la propuesta es hacérmela pasar bomba, la paso bomba.
-¿Cómo vivís la crisis que estamos atravesando hoy?
– Yo pensaba que la crisis europea y de Estados Unidos era como una fase terminal de ese tipo de política y, en realidad, ojalá me equivoque, pero los veo saliendo fortalecidos de ahí. Siento que quedan las sociedades, mucho más pobres, mucho más injustas, mucho más desiguales, pero que el poder financiero está más fuerte que nunca. No hay gobierno que se le atreva. Creo que esta democracia, donde uno vota una propuesta y después ganan las presiones que reciben los gobernantes que uno votó y el voto se transforma en un trámite debe reformularse a formas de democracia más directa, donde si el poder del gobernante emana del ciudadano se debe corresponder.
-Pero mejor terminemos la nota con optimismo…
-Uno siempre quiere ser más feliz todavía, aunque se está lleno de agujeros a tapar, más cráteres que la luna, así que tengo miles de sueños. Supongo que la felicidad existe, pero que es tan fugaz… En los momentos en que la tocás son tan plenos que valen todo. Siempre te das cuenta de que aparece alguien o algo que no imaginabas que podía ser tan pleno.
Publicada en el edicion de abril de revista Bacanal